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Yo tuve una patria hermosa

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# 11

29 de noviembre de 2025

Ich hatte einst ein schönes Vaterland.
Das küsste mich auf deutsch und sprach auf deutsch
(man glaubt es kaum, wie gut es klang)
das Wort:“Ich liebe dich!”
Es war ein Traum. - Heinrich Heine

Yo tuve una patria hermosa.

Así lo dijeron Heine y Kaléko de las suyas.
A mí me contaron sobre la vasta llanura a orillas del río Pasaje donde las tropas juraron fidelidad a la nueva bandera, celeste y blanca, bautizada de fuego y gloria un 20 de febrero de 1813. Me contaron del Río de la Plata abriéndose al mundo, me contaron de la cordillera que sostiene el continente, me contaron del Aconcagua, de los glaciares, de la Garganta del Diablo rugiendo en las Cataratas, del Fitz Roy, del Lanín, del Nahuel Huapi,

Me hablaron de la estepa infinita de Santa Cruz y el quebracho duro en el Chaco, vi la tierra colorada de Misiones y el desierto de Lavalle y los esteros.

Me contaron de Buenos Aires con sus palacios afrancesados, Córdoba con sus cúpulas jesuíticas, Entre Ríos y Rosario que lindan con el Paraná, la resurrección de Mendoza después del terremoto, Salta con santas campanas coloniales, Tucumán donde fuimos dignos del antiguo juramento, Corrientes la actual cuna del libertador de américa, La Plata geométrica.

Me contaron de los tiranos y los Urquiza, las incontables batallas donde héroes dieron la vida por una patria que no existía, de las dos Cepeda, de las dos Pavón, de Caseros; me contaron de la valentía en Ituzaingó, del ejercito del norte, del general Manco Paz en Caaguazú, de Lavalle guerreando en Río Bamba, ejecutando a Dorrego, me contaron de Quiroga con diez o doce heridas mortales producto de la perfidia. Me mostraron del cruce de los Andes, vi el regreso de los granaderos a caballo comandado por el coronel Félix Bogado, pescador reclutado en la batalla de San Lorenzo. Me hablaron de la Conquista del Desierto, del cruce de los ríos color té en el Litoral, de los fortines, de los malones, de las estancias perdidas.

Imaginé el aluvión de italianos que cantaban en lengua castellana, a los judíos de Odesa y Bessarabia, imaginé a los españoles, a alemanes del Volga en La Pampa, a los árabes llamados “turcos” vender telas, imaginé a galeses recitando salmos en Chubut, a criollos de canto y cuchillo.

Vi -con los ojos cerrados- liberales ingleses en socialistas franceses; vi la capital de un imperio, vi a Borges jugar con el tiempo y con lo infinito y a Lugones morir como el primer escritor de nuestro idioma, vi al Martín Fierro recitado la ley primera, vi al tango surgir en los arrabales, luego lo vi enamorar a París.

Vi los ferrocarriles extendiéndose, vi los barcos, los buques, vi la plaza de Mayo, vi el obelisco, vi a la Generación del ’80, vi a inmigrantes que creían en el sueño americano, vi un país que se anunciaba potencia —por un tiempo tal vez lo fue—.

Me contaron que vi, el primer país en eliminar el analfabetismo, el busto de Sarmiento en la avenida Commonwealth y Gloucester Street. Leí de la defensa heroica de Buenos Aires, de las ideas de libertad. Argentina, la “cuna de la revolución independentista” en América Latina.

Yo tuve, alguna vez, una patria hermosa. Alto crecía en las escuelas los jacarandás y, alguna vez, tuvo los mismos ojos verdes de la mujer que amé mientras sonaba aurora. Leí tantas cosas de mi patria hermosa. Pero que triste que todo esto solo lo haya leído, puesto que nací mucho tiempo después, cuando mi hermosa patria, ya no era ni hermosa, ni era patria.